A partir del siglo XVIII, el “saber” en torno al uso del andador que le adjudica características propicias como elemento estimulador del desarrollo del niño, se ha ido arraigando progresivamente y constituye hoy una variable importante en el marco de la crianza de los infantes; es así que el andador en la actualidad es tema de investigación.
En algunos países, el uso de este elemento no se encuentra en el espectro del „saber popular‟, sino en el de la legislación, habiendo así leyes que lo prohíben y anticipan penas de hasta seis meses de prisión, como lo es el caso de Canadá, país pionero acerca de esta temática y base de inspiración para otros.
Sin embargo, muchas generaciones fuimos criados en andadores, y al encontrarnos con estas posturas enfrentadas es que nos preguntamos: ¿qué de cierto tiene el mito popular?
Poner a prueba un mito, implica un proceso de investigación tomando las teorías que explícita o implícitamente tratan la temática. De este modo es que, para buscar respuestas a nuestro interrogante desde una visión puramente Psicomotriz, se procederá a un abordaje teórico planteando la concepción de Desarrollo, la evolución del Desarrollo Psicomotor normal de la primera infancia, y lo concerniente al andador (lo reseñado y su uso).
Así, pretendemos ampliar el conocimiento con respecto a la temática, procurando abrir nuevos interrogantes que nos sirvan para seguir pensando y cuestionándonos; de ese modo, promover luego la posibilidad de seguir investigando tanto teórica como prácticamente.
No pensaréis que este descubrimiento, o esta posibilidad que tiene el hombre de andar le llega de repente, de una vez, como en bloque. Pensaréis más sencillamente, que cada niño ha debido hacer varios ensayos mas o menos parciales.
Francisco Tosquelles
Existe una única pregunta a resolver: “el andador ¿es un estimulador del Desarrollo Psicomotor?” Al sumergirnos en la temática descubrimos que, históricamente, es más que un objeto de crianza.
Tomando esto como punto de partida y su relación con el normal desarrollo psicomotor, nos preguntamos: ¿cuántos padres acompañan el desarrollo de sus bebés buscando elementos que ayuden a dicho proceso?, ¿cuántos niños nos hemos criado dentro de andadores que nos “ayudaban” a caminar?, ¿cuántos padres, antes de colocar a sus hijos en estos vehículos, pensaron en las ventajas y desventajas?
Si las respuestas a estas preguntas se encontraran fundamentadas a partir de los procesos que el niño atraviesa en dicho período, el andador, ¿sería igualmente utilizado?, ¿socialmente cambiaría la visión desmitificándolo como un estimulador?
Para hablar de ello, y acercarnos a una respuesta será necesario, ante todo, pensar tanto, en el niño como un „Ser Psicomotor‟, el pequeño deambulador expuesto desde muy temprana edad a la verticalidad, como también, en el instrumento elegido para ello (en este caso „el andador‟).
Retomando la idea de Desarrollo Psicomotor, de los patrones Psicomotores y de la evolución encadenada de los mismos, nos planteamos ¿cuál de estas progresiones será necesario desentrañar?
Este recorrido estará conducido por la influencia del andador en relación a la evolución motriz, por ser esta área la que se pretende incidir y estimular tanto cuando los padres lo utilizan, como cuando los vendedores lo comercializan. Asimismo, veremos cómo se ponen en juego los diferentes aspectos del Desarrollo Psicomotor.
Comenzarr a caminarr ,, o camiinarr desde ell comiienzo
Entre los seis y doce meses de vida es la edad promedio donde los padres optan por colocar a sus hijos en un andador. A partir de aquí se plantea el primer interrogante que desde la Psicomotricidad intentamos poder responder: ¿el niño de seis meses, está preparado para la verticalidad?; la respuesta es concreta, pero requiere tener en cuenta diversos factores.
Para comenzar, Daniel Calmels nos cuenta acerca del pasaje natural que el niño realiza desde la horizontalidad a la verticalidad:
El suelo nos remite a la horizontalidad y en él cobra vida la capacidad de expandirse al igual que en una cama grande. (...) Después de un tiempo de inmovilidad, el acto de „salir del suelo‟ hacia la altura está cargado de emoción y puede vivirse como un nacimiento, como un desprendimiento. El suelo tiene poder de adherencia, uno se queda „pegado al suelo‟. Soldar viene de solidus, que quiere decir suelo.
En relación a este aporte, nos planteamos dos puntos fundamentales a tener en cuenta: uno es lo que implica, desde lo motor, lo anátomo-fisiológico, el despojarnos de la atadura del piso para emprender la lucha contra la gravedad; el otro, ya en relación a lo Psicomotor, sería el tiempo que requiere para ello, es decir, las experiencias con respecto al medio, como también las operaciones necesarias que deben transcurrir en el mismo.
A los seis meses de vida el hito motor recientemente adquirido es el „control cefálico‟, el cual (junto a otras adquisiciones) le permitirá comenzar a dominar el plano medio. Es así que, en posición de decúbito ventral al extender los brazos y despegar el torso, logra una separación entre él y el suelo.
Ese balconeo, ese nuevo modo que el niño encontró para salir de forma autónoma de la horizontalidad, es una lucha que comienza a partir de cabezazos y zarandeos y muestra el deseo por explorar, descubrir y conquistar, otros planos en los cuales experimentará diversas posturas para así adquirir seguridad. Es la cabeza, lo primero que vence el plano horizontal y comienza a elevarse contra la gravedad. “Céfalo-caudal”, de la cabeza a los pies, es el nombre de una de las leyes que rige el Desarrollo Psicomotor. Céfalo-caudal, es entonces, como comienza el recorrido hacia la verticalidad.
Lograr que el niño levante la cabeza de la almohada es ya
de por sí un asunto complicado y constituye el primer acto
que culminará con el andar.
En este sentido, otra de las posiciones que comienza a ensayar alrededor de esa edad, dentro del plano medio y de manera autónoma, es la sedestación; caracterizada por la necesidad de requerir apuntalamiento manual (denominada „trípode‟). A su vez, la columna presenta rectitud cervical otorgándole la posibilidad del „control cefálico‟, mientras que a nivel dorso-lumbar continúa encorvada (cifosis).
Para liberarse de estos apoyos el niño deberá, como explica Emmi Pikler4, poder distribuir el peso de su cuerpo haciendo descansar el total del mismo sobre los isquiones (nalgas), es decir, lograr una adecuada maduración de los músculos del cuello, los espinales y los del tronco, que derivarán en la correcta tonicidad capaz de incorporar la espalda al eje, y así vencer la cifosis.
Es imprescindible además, la evolución conjunta con el adecuado desarrollo de las reacciones equilibratorias. Inicia, en este momento, la práctica del „paracaídas anterior‟ y en dicha reacción refleja interviene tanto la vista, como el aparato laberíntico.
El equilibrio permite multiplicar los contactos con el
exterior y a través de ellos, se enriquece el niño con fascinantes
descubrimientos con los que se va estructurando
su insipiente personalidad
Ahora bien, al estar sentado, el niño encuentra gran placer en la posibilidad de ampliar su campo visual y de relacionarse con el mundo que lo rodea. Cuando se encuentra mantenido con soportes externos, que le permiten liberar las manos, puede utilizarlas para manipular objetos que estén en su espacio inmediato, actividad sumamente rica para la exploración, y el conocimiento del objeto; esta situación novedosa atrae por largos ratos su interés.
Cuando es colocado verticalmente, el niño comienza a tomar contacto con el suelo y paulatinamente, sitúa los pies con toda la planta, logrando un apoyo transitorio. Extiende los M.M.I.I., pero la articulación de las rodillas se flexiona, no sólo cuando el peso corporal las vence, sino también por el deseo de mirarse los pies e inclusive por las ansias de tocárselos. Justamente tiene que ver con el hecho de que el interés sobre su propio cuerpo está centrado en el reciente descubrimiento de sus pies, con ellos juega cada vez que puede.
Al mismo tiempo, la columna vertebral no se mantiene alineada con respecto al resto del cuerpo, es decir, pierde el eje al balancearse hacia los lados, adelante y hacia atrás por causa de la misma inmadurez neuromotriz. Por ello, y lógicamente por la falta de desarrollo de las reacciones equilibratorias, es que no tiene manera de mantenerse erguido, y mucho menos de forma estable.
Es necesario agregar el valioso aporte de Pickler, en relación a la tonicidad en la bipedestación anticipada:
... en esta posición los músculos conservan el mantenimiento defectuoso, funcionan en falso, hallando una solución insatisfactoria a una desproporcionada tarea impuesta a su organismo. Se crispan, se tensan, mientras que otros grupos musculares se relajan y no desempeñan papel alguno en el mantenimiento del equilibrio
En conclusión, el niño en este momento es incapaz de sostenerse sobre los M.M.I.I., dejando entonces dicha tarea al adulto, o al objeto que lo contiene.
En relación a esto último, la autora, comenta acerca de cómo el niño es expuesto por el adulto a posiciones a las que aún no alcanza por sí mismo y el esfuerzo exagerado que requiere para ello:
el niño pequeño se ve así forzado, prácticamente durante todo el primer año de su vida, a pasar casi inmóvil una parte más o menos considerable de su tiempo de vigilia, puesto que debe ejercitar movimientos que aún no es capaz de realizar por sí solo. Hasta que no ande, apenas tendrá ocasión de cambiar de posición o de desplazarse por sí mismo
Como hemos visto, el niño al iniciar el tercer trimestre de vida, no está preparado para sostenerse en pie y mucho menos caminar; entonces tampoco lo está para permanecer dentro de un andador. Por ende, todo lo que él es y hace dentro de este aparato no tiene que ver necesariamente con la natural evolución del movimiento, sino que éste se ve condicionado y restringido.
La respuesta que encontramos a la pregunta inicial es que el niño de seis meses no se encuentra preparado para enfrentar la verticalidad, y muchos menos si se demanda cierta autonomía en dicha acción.
“No debe hacerse andar a un niño en tanto que no haya adquirido
la capacidad y el sentido muscular precisos, para mantenerse
erguido y en equilibrio”
A partir de lo anteriormente reseñado, se deduce que no es necesario incluir, para la evolución normal de las adquisiciones psicomotrices, algún elemento externo. Pero, ¿qué sucede con los niños que sí lo utilizan?, ¿cómo se da su proceso de desarrollo?
Sabemos que cada uno de los hitos motores esperables dentro de la primera infancia, deben aparecer y ser ejercitados antes de adquirir los siguientes. Así, antes de ser colocado en el andador tuvo la oportunidad de ejercitar libremente los patrones motores básicos. Pero, ¿qué sucede entonces cuando el niño deja el natural recorrido de la evolución hacia la verticalidad? Ya está puesto de pie, de una forma u otra (esté listo o no) realiza pasos y así se desplaza por el espacio. Los hitos que debería ejercitar en ese momento, de forma autónoma, ¿quedan anulados?, ¿qué sucede entonces con los posteriores?
Luego de los balconeos y la sedestación, otro hito trascendente en el desarrollo es el gateo y las posiciones intermedias necesarias para llegar a él.
I
rr ¿siin querrerr o querr iiendo?
Hasta el momento el niño había adquirido posturas medianamente estáticas, que en la medida en que se aseguraban y afianzaban, le ofrecían mayor posibilidad de mover el cuerpo (sobre todo las extremidades); sin embargo, estos movimiento, no dejaban de estar circunscriptos a un único espacio, el más próximo, el „espacio cercano‟.
A partir de la práctica de cambios posicionales (rolidos, pasaje de sentado a decúbito, etc.), el niño emprende el abandono de la estaticidad para comenzar a explorar sus posibilidades con el fin de acceder a lo lejano; pues son las personas, los objetos, y las cosas que el niño desea alcanzar lo que hace de motor del movimiento motivando a que abandone, como pueda, ese lugar.
En este intento de conquista, ensaya múltiples formas que pasan por una amplia gama, yendo desde el arrastre (voluntario, claro está) denominado „marcha de foca‟, hasta desplazamientos más avanzados como el „cull de Jatte‟ (arrastre de cola) y el „gateo con coordinación cruzada‟. Esta secuencia (secuencia de deseo no sólo motriz), se altera al encontrarse dentro del andador, tanto porque al querer alcanzar y tomar un objeto no lo logra, como porque el automatismo del movimiento en el que se embarca hace de ese desplazamiento uno sin la significación de la apropiación del espacio que sucede en otras circunstancias. Para que el niño se apropie del espacio debe ensayarlo, aprehenderlo y no recorrerlo deliberadamente.
Ir ¿sin querer o queriendo? hace referencia justamente a situaciones. Entre el deseo por investir el espacio y que el espacio invista al niño, sin ser éste su fin.
Al pensar en el niño que aún no ha adquirido la posición de bipedestación de manera autónoma, pero que sí lo ha hecho a través del andador, nos encontramos en presencia de la segunda de estas opciones („ir sin querer‟). En ese caso, por ejemplo al pretender acercarse a un objeto que le interesó comienza a realizar movimientos con todo su cuerpo, y dado que éstos son desorganizados, el resultado de su búsqueda no es generalmente el esperado. Es así que, se desplaza hacia otro lado e inclusive se aleja de su propósito, y si logra alcanzarlo, es de manera fortuita.
Sin embargo, no podríamos decir que dentro del andador queda nulo el deseo del niño, que pierde la curiosidad por conocer, explorar, descubrir; de todos modos, lo que debemos aclarar es hacia dónde canaliza esas ganas cuando ha cambiado de rumbo, y por ende, el resultado de la conquista. En ocasiones descubre algún otro objeto en el espacio recorrido y con él juega, recordemos que es el momento en que el niño se preocupa por explorar las propiedades de los mismos (los rota, al ver una parte de él lo reconstruye totalmente, etc.). Es decir, no pierde la posibilidad de jugar y manipular las cosas.
En realidad, es bastante cierto que las andaderas (....) tienden a limitarlo en otros sentidos, pues reducen su flexibilidad de dirección y su acceso a recodos y esquinas, así como a los juguetes que probablemente desea para jugar en ese momento
Como hemos analizado, cuando un niño del tercer trimestre está en el andador se desplaza sin intención de acceder al espacio, dicha acción se da a partir de movimientos de balanceo que realiza para intentar mantener la postura a la que se encuentra impuesto. Por otro lado, a menudo también, sedeja vencer por el esfuerzo que le requiere el intento por estar de pie, y apoya el peso de su cuerpo hacia delante o hacia atrás. Cada una de estas acciones, provoca un traslado que no depende del niño sino de la situación misma y que concluye en un desplazamiento involuntario, en una falsa sensación de andar, tanto para él como para los que lo observan.
Mientras que desplazar es, según el diccionario, “galicismo por acción de sacar o cambiar de lugar una cosa”10, Tosquelles define claramente al andar como:
El niño (...) sólo „anda‟ cuando da sus primeros pasos de pie y
sin que nadie lo sostenga. El andar necesita pues, en primer lugar,
la adquisición de la posibilidad de mantenerse en la postura vertical;
la posibilidad de guardar el equilibrio en esta postura
Ahora bien, a partir de ello y de lo que plantea además el mismo autor: “Andar es una conducta que resulta de un proceso de aprendizaje”12, podríamos pensar qué aprenderá a partir de experiencias que ocurren a consecuencia de esas situaciones fortuitas. Probablemente aprende, entre otras cosas, a automatizar esos movimientos que practicó diariamente; así, se tira hacia adelante una y otra vez lo cual influye luego sobre la forma de caminar.
Es sabido que la natural evolución de la marcha requiere previamente de la bipedestación estable, de los ensayos sobre el eje (hacia arriba y hacia abajo), del ejercicio de alternar el peso de su cuerpo sobre uno y otro pie, de comenzar a trasladarse caminando de costado tomado de los muebles y posteriormente de una mano, hasta que por fin intenta hacerlo solo y hacia delante. Esto no depende únicamente de cuánto haya ensayado (preparado sus músculos, probado el equilibrio, las reacciones de paracaídas, etc.), sino que necesitará para hacerlo, de otro que lo sostenga (otro significativo), al menos desde la mirada, y también de la posibilidad de observarse a sí mismo. “Antes del manejo de la marcha, el niño percibe en el espejo la forma humana, erguida particularmente”13 Esa imagen que, en este momento ya es completa, y que a partir de allí podrá hacer uso de toda su estructura corporal; para ello, necesitó previamente de la identificación con el otro.
Comparando de manera teórica este recorrido natural progresivo, con el que adquiere el niño que camina cuando ha dejado el andador, y luego de la observación directa a niños, junto a lo que algunos profesionales han sistematizado, podríamos describir las características de la marcha de este último del siguiente modo:
- En la postura bípeda su cuerpo no se encuentra centrado sobre el eje, sino que sistemáticamente lleva el tronco hacia delante al instante de dar un paso. Esto, provoca que sea frecuente la torpeza del niño al caminar, constatándose caídas.
- El riesgo que menciona la especialista en motricidad infantil Juanita Rojas sobre “la tendencia a que el bebé se acostumbre a caminar en puntas de pie, lo que puede originar acortamiento muscular y perjudicar su posterior marcha y equilibrio”14, además de que esta postura no le otorga el mejor sustento y seguridad para la marcha.
- Al perder el equilibrio cae sobre los límites de su cuerpo por no haber tenido la posibilidad de hacer un aprendizaje de ello (naturalmente se deja caer sobre las nalgas).
- Le cuesta mucho más regular la velocidad de la marcha porque hasta entonces se ha desplazado de forma ligera y así lo continúa haciendo ahora (otro elemento que contribuye a los accidentes). Esta alteración para regular la velocidad, afecta el intento del control equilibratorio.
Inicialmente procuramos plantear „el mito‟ con el fin de ponerlo a prueba o al menos en cuestión. El punto de partida se ubica en la creencia popular de que el andador es un estimulador, debido a que se presenta de manera certera como real y verdadera entre la gente al comprar o adquirir este elemento cuando sus hijos comienzan a querer desplazarse.
Para ello pensamos que el mejor modo, o al menos el primero, consistía en revisar todo aquello que ya se hubiese estudiado y sistematizado sobre el tema en las distintas partes del mundo para pensarlo luego, de forma teórica, en relación al Desarrollo Psicomotor; de ese modo podríamos acercarnos a ciertas afirmaciones y concluir en que si estimula o no al niño, en caso afirmativo: qué y cómo lo hace.
La primera aseveración a la que arribamos fue que el andador como elemento estimulador de la adquisición de la marcha y favorecimiento de la misma es realmente un mito, ya que durante el recorrido de exploración por las diferentes fuentes teóricas, no hemos encontrado ninguna que avalara tal idea; inclusive, con sorpresa, descubrimos las grandes campañas que se llevan a cabo en ciertos países para eliminar su uso dentro de la población, debido a que las investigaciones arrojan cifras terribles de accidentes domésticos.
Pero, a partir de otros publicaciones halladas refiriendo las desventajas de su utilización en relación a distintos puntos del desarrollo del niño, comenzamos a pensar que tal vez sí estimule ciertas cosas. Para dilucidar esto, es necesario revisar la idea de estímulo que, según el diccionario15 es tanto „aguijonear, punzar‟, como „excitar, avivar una actividad, operación o función‟.
Nos encontramos aquí en presencia de que una palabra con más de una acepción, que a su vez pueden ubicarse casi de manera contradictoria ya que estimular, o brindar un estímulo puede ser óptimo o bien contraproducente. Lo que sucede, es que la conjunción entre „estímulo‟, „estimulador‟ y „estimulado‟ requiere de un análisis en el cual el resultado indique que es la mejor opción entre otras, y aquí radica uno de los puntos cruciales de nuestra conclusión: no creemos que el niño necesite de un andador, ni de ningún otro elemento, para conquistar los patrones de movimiento (que son patrones psicomotores) sino por el contrario, adherimos a la idea de aquellos autores que promueven la libertad del movimiento junto a un otro que sostenga, acompañe y haga de contención a estos procesos en relación a las necesidades que atraviese en cada momento.
El andador sí estimula, estimula acciones y situaciones que, en lugar de contribuir en la natural evolución, se interpone en ella. Entonces, se acerca más a la acepción de „aguijonear, punzar‟.
Entendemos que, quienes colocan a sus hijos en estos aparatos procuran también lo mejor para ellos. Creemos que parte de la cuestión radica con que el desarrollo del niño parece actualmente estar ligado a la posibilidad de fomentar desde lo material, la aplicación de recursos cada vez más novedosos como si ello asegurara ciertos éxitos. Estas alternativas, que surgen día a día, hacen que „lo natural‟ pierda esencia, volviéndose cada vez más alejado de la realidad que requiere el infante para su completo y armónico desarrollo. Los niños (sin alteraciones en el desarrollo claro está) han recorrido desde siempre ese camino: se sentaron, pararon, anduvieron y hablaron, todo ello en un espacio lúdico sin requerir más que el apoyo significativo del otro (padres o quienes cumplan dicha función). Sin embargo los adultos hoy, creen necesario reforzar este proceso desconociendo, en la mayoría de los casos, los efectos de algunas intervenciones.
Estos fueron nuestros pasos, los primeros de un andar por esta profesión, en la que procuramos intervenir sobre el niño cuando realmente requiere de ello, en caso contrario, promover un desarrollo del modo más extraordinario posible.
Verónica Colombatti, Gabriela Martinez Eberhardt y Lucrecia Spaini: Egresadas en el año 2006 del Instituto Dr. Domingo Cabred de la carrera de „Psicomotricista y Profesor en Psicomotricidad‟.
Autoras del libro ANALISIS DEL ANDADOR EN LA PRIMERA INFANCIA. Una crencia popular: el andador un estimulador. Ediciones del Boulevard,2009.